11 oct 2012

EL HOMBRE QUE NACIÓ DE UNA LARVA

Debería estar en la carretera viendo pasar tan rápido una señal de frontera que ni acertase a saber a que distancia está. Debería tener detrás de mí una caja de cerveza y tres tablas de cola redonda, pero como al final estoy aquí sentao, aprovecho para contaros la historia (verídica) del hombre que nació de una larva.
 
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Este hombre, como decía, salió pegajoso y encojido del sucio estuche que le contenía y así vio por primera vez el mundo.
Pasaron los años y conservó su incómoda postura fetal (que le causó daños en la espalda y la parte posterior de su cerebro) así como un olorcillo a bohardilla abandonada fruto de la baba reseca que le cubría (eso te pasa por no someterte a un buen jarro de agua fría).
El caso es que a este hombre-insecto poco le importa la verdad y eso de pensar por sí mismo.
Un día le dijeron que las piedras cantaban y él se lo creyó.
En lugar de sentarse en el camino a escuchar o pegar su oído al suelo para ver si, efectivamente, las piedras le susurraban algo, se lo creyó sin mas. Y tal fue la casualidad que, como a él también le gustaba cantar pero su boca de insecto no se lo permitía, se pasaba los días diciéndole al resto: "te has fijado qué mal cantan las piedras".

Quizás yo me haya explicado mal y no sepa decirte muchas más cosas a cerca del hombre que nació de una larva para que puedas hacerte una idea aproximada. En realidad yo no le conozco mucho aunque por lo visto él a mí sí.
Ambos vemos el mundo a través de un cristal empañado: yo apenas salgo. Él, permanece en un bote encerrado con agujeros en la tapa hechos con un clavo.

Este hombre es un insecto de metro setenta y pico y setenta y pico kilos de peso. Se alimenta de carroña (por eso hambre nunca pasa) y juega a trepar por paredes con sus delgadas patas peludas.
A cualquier costa quiere trepar, aunque para ello tenga que mentir e incluso renunciar a su comida y echar por la boca parte de esa carroña previamente ingerida.

Quizás algún día eche a volar el hombre que nació de una larva. Por el momento permanece, sin saberlo, recluído en su frasco de cristal que es su origen, su feto y su hogar: su capullo.

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