4 may 2011

EDGAR Y LA ESTRELLA

Edgar era un jodido imbécil. El blanco de todas las bromas.
Aún era virgen cuando el resto ya se había follado por lo menos a un par de putas.
Sobre su carota se posaban un par de ojitos raquíticos y esquivos separados por una nariz del grosor de un papel, por eso tenía que subirse constantemente las gafas con el dedo corazón.
Era tan fina su nariz que las lentes tenían, para soportar menos peso, menos graduación de la adecuada, por eso siempre miraba con sus ojos a medio abrir.


Aquella tarde, harto de chupar banquillo, decidió no ir al partido y largarse con la vieja caña de su abuelo a pescar a una zona del río en la que nunca había estado. Cuando llegó la lanzó con tal rabia que el anzuelo salió despedido y fue a clavarse sobre una estrella. Y con tal rabia volvió a tirar que la atrajo hacia sí hasta que acabó entre sus brazos contra el pecho.
Cuando llegó a casa, sin decirle a nadie una palabra, la sacó de la cesta para observarla con detenimiento y notó que de la herida causada por el anzuelo brotaba un polvo amarillento y ligero que le hizo estornudar. Sin más la envolvió y la metió cuidadosamente en su armario para irse a dormir.
Nunca se había parado a pensar Edgar en toda la luz que desprende una estrella hasta que tuvo una en su habitación. Puede sonar bonito pero en realidad en una lata ya que no deja dormir porque es como si siempre fuese de día, por más que la tapes y le pongas trapos y peluches encima.


A la mañana siguiente se sentía más orgullos si cabe de su captura, y aunque había dormido poco y mal se sentía feliz.
Cuando abrió el armario para verla, observó que ésta estaba triste y el polvo le seguía saliendo por la herida.
- Déjame volver a mi casa, por favor (mientras señalaba hacia el cielo con una de sus puntas).
- No puedo, eres lo único que he tenido en toda mi vida que me hace ser especial.
La estrella comprendió y bajó la cabeza apenada mientras Edgar estornudó.


En la segunda noche durmió Edgar menos aún. Su cabeza daba vueltas y pensaba en la pobre estrella, lejos de su familia y su hueco en el firmamento. Efectivamente se levantó de la cama y miró a través de la ventana un cielo al que le faltaba algo. Un cielo más negro de lo normal.
- Pero no puedo devolverla, se dijo. Por lo menos hasta el lunes. Una vez se la haya enseñado a todos y me gane de una vez su respeto quizás le deje volver a su casa.
Pero a la mañana siguiente la estrella estaba más débil. Había perdido demasiado polvo y su brillo era más tenue.
Sus miradas coincidieron en un gesto triste y sin decir nada Edgar apartó peluches y calcetines y la lanzó al aire mientras estornudaba por última vez.
Una hora más tarde le subían los calzoncillos hasta el sobaco al único niño lo suficientemente valiente como para liberar esa estrella con la que no había nacido.

5 comentarios:

Luis dijo...

Me encanto el texto Legi, un valiente si señor.

Alejandro dijo...

Bonita historia...no todos estan dispuestos a liberar a sus estrellas : )

legi dijo...

yo el primero!! ;)
gracias señores

Víctor. dijo...

Flipa ¿De algún libro?

ëLMíN dijo...

Puffff, pues saliendo de ahí habrías arrasado NY. :)

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