26 nov 2013

NADA QUE VER

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Resulta que el otro día, mientras me duchaba, cerré los ojos para que al aclararme la cabeza no se me metiese champú dentro, que ya sabéis que eso pica que te cagas.
Cuando noté que dejó de haber espuma sobre mis manos y ya solo quedaba agua, me invadió una sensación rara, como una especie de miedo que me impedía volver a abrir los ojos. Al principio lo intenté con fuerza pero decidí desistir, terminar de ducharme, relajarme un rato...
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Al cabo de unas horas seguía con los ojos cerrados. No se qué coño me pasaba pero esa fuerza invisible no me dejaba abrirlos. Sentía como una especie de temor asfixiante ante lo que pudiese ver o simplemente a la claridad. Algo inexplicable, lo sé, pero que le vamos a hacer, si fuese un hecho normal no me tomaría la molestia de contarlo.
El caso es que a la mañana siguiente tampoco los abrí cuando sonó el despertador ni durante el resto del día. Al cabo de una semana había perdido mi trabajo. y al de un mes, mi querida y santa esposa, que para la riqueza y la pobreza y lo bueno y lo malo, se fue.
Me vi, de pronto, sumido en una segunda oscuridad y con mi vida patas arriba.
Los días transcurrían negros pero, paradójicamente, comencé a percatarme de los sonidos y de los olores y de las texturas de las cosas. Empezaba a familiarizarme con el trinar de lospajarillos en el parque, el olor a chocolate y a goffre en el puesto de la esquina y el suave tacto del pomo de mi puerta o la vieja manta de ver películas. De repente me había convertido en un ciego insólito y vocacional y reparé en que antes solamente me sentía vivo unas pocas horas a la semana: básicamente los sábados de 12 a 18, ya que los viernes -mi día favorito- curraba hasta las 17h y los domingos -mi otro día libre- me los pasaba pensando en el lunes.
Noté entonces cómo la gente corría a mi lado con prisas, discutiendo, hablando por teléfono, ignorando lo que tenían delante y, en consecuencia, podían ver pero no lo hacían. Siempre de mal humor y estresados, en cambio yo, ciego, me adaptaba perfectamente al ciclo vital de " lo que me sale de los huevos". La ceguera en botiquín, a modo de primeros auxilios, no te jode, cualquiera que me escuche... El caso es que comía cuando tenía hambre, dormía cuando notaba que el sueño se apoderaba de mí y, supongo, que me despertaba con el sol de la mañana -ésto no os lo puedo asegurar al 100% pues mis ojos se habían olvidado de ver y percibir por sí mismos-. Me olvidé de mi antigua vida, de mis miserias, de la gente e incluso de los colores. Sin embargo no estaba triste. Era un ser vivo a jornada completa.
Continuaba llamándome la atención mi extraña patología. Y me extrañaba aún más el hecho de no añorar mi viejo sentido de la vista.
Un día iba yo a tientas por la calle y noté a lo lejos cómo un hombre pisaba mierda: escuché el pof y olí el puag. Luego él entró en el autobús contagiando a todos con su peste y yo me quedé en un banco esperando a que se pusiera a llover pues no tenía otra cosa que hacer y lo que ponía el periódico de poco le puede importar a alguien que no lo lee.
A los dos años, así como me vino se fue y, de repente, volví a abrir los ojos en la cocina. Lo primero que hice fue mirar instintivamente el reloj: ¡Dios mío! ¿Qué hago cenando a estas horas? ¡Se me ha hecho tardísimo!

1 comentario:

Unknown dijo...

Me ha molao, bacalao.
Me han venido viejas sensaciones que tuve leyendo hace unos veinte años ``La persistencia de la visión`` de john Varley (época S.F. talibán)

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