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Sentir nostalgia de una cama cálda y seca mientras calientas las manos con una taza de café hirviendo.
Ahogar un grito de desesperación cada vez que ves romper ante tí una espuma gris que parece granizo.
Contemplar aterrorizado cómo un vaho cobarde que sale de mi cabeza cede ante el frío y se desprende de los últimos resquicuios de sensibilidad en mis pies.
Son todos momentos duros que almacenas en la caja fuerte de tu memoria y conforman un tesoro de valor incalculable.
Por eso, y porque somos el único animal capaz de tropezar dos veces en la misma piedra, ponemos de nuevo rumbo al norte a morirnos de frío de forma anticipada.
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