A DIARIO: CALCETINES DE VINO

Estaría bien, a veces, que la muerte se nos administrara en pequeñas dosis de tal manera que nos la pudiésemos racionar a nuestro antojo y los momentos consumidos, fruto del aburrimiento por ejemplo, se canjeasen por vida en esos otros que saben a poco.
Claro, por otra parte, la gente que es de letras como yo, podría hacerse un lío a la hora de calcular su dosis de muerte siendo un poco incontrolable ese intervalo de hivernación voluntaria lo que haría peligrar gravemente el principio de la puntualidad, que no oscilaría en minutos ni horas, sino incluso en años (imaginaos que quedo con un colega dentro de 10 años en Oviedo y calculo mal y el pobre se pasa año y medio esperando mi resurrección. Probablemente vovlería a morirse y así transcurriría nuestra vida, entre muertes alternas que impedirían nuestro reencuentro).
Otro inconveniente sería que los más pobres tendrían que seguir conformándose con la muerte líneal de toda la vida, ya ésta nueva alterna y discontinua sería exclusiva de los más pudientes en sus primeras décadas de experimentación por lo menos. Luego, ¿quién es nuevo zombie y quién no?.