EL FUNERAL DE UNA MOTA DE POLVO

Fui tan imécil que mi único deseo en vida me lo guardé para una vez muerto y al final se me concedió.

Resulta que un escalofrío despertó mi nuevo cuerpo reducido a mota de polvo. Todo estaba oscuro y medio tibio y comprendí que aún no había abandonado el anterior, de modo que me armé de valor y fui tanteando a ciegas en busca de una salida más bien incierta. Abandoné el pecho, que es donde residen todas las almas (de los que tienen alma, naturalmente) y atravesé despacio y con asco esófago y garganta, ahora secos y ásperos por la ausencia de cualquier fluido mucoso desde hacía días.
Me detuve en la boca a pensar qué pocas palabras habían salido de aquella caverna lúgubre y ciega y finalmente, habiendo perdido ya ucho tiempo en vida, opté sin más demora por la nariz como vía de escape.

Una vez fuera, una luz blanquecina y fría empapó mi cuerpo invertebrado y os diría, si no se me hubiesen arrebatado junto con la vida, que mis ojos eran dos esferas planetarias a través de los cuales un mundo viejo se me aparecía como algo casi desconocido y triste. Fue entonces cuando debajo de mi actual "yo" estaba el que ya había sido. Estático, patético, austero y sin gesto. Ni mi propio cadaver, del que acababa de salir espirado por la nariz, me decía nada.

Y como ni mi cara muerta era capaz de hacerme latir un nuevo pulso incopóreo de mota de polvo, decidí echar un vistazo a lo que se cocía en mi funeral, que al fin y al cabo había sido mi estúpido deseo de incrédulo en vida, así que comprobé con pesar que no había muchos conocidos allí reunidos. Algunos lloraban, yo creo más bien por haberles chafado una tarde de sábado. Otros medio gemían, sobre todo los críos orejudos y desdentados a los que se les había prohibido la PSP dentro de la iglesia, pero nadie, ninguno realmente jodido, eso sí, cabizbajos todos para mirar de reojo y con cautela de no ser vistos, las agujas de un reloj que les parecían estancadas en el tiempo.