Llegué a cenar tan ciego que lo primero que hice fue entrarle a mi abuela. Como ella no se lo esperaba no le dio tiempo a apartar la cabeza y el morreo fue inevitable. Todos empezaron a gritar y acabaron separándome a base de empujones y patadas.
Al rato, cuando ya los ánimos se serenaban, empecé a vociferar y a insultar. Yo insistía en que todos eran unos mentirosos, en que la familia les daba igual ya que si no fuese así... ¿Por qué sólo una vez al año?. Les dije que no veían más que piernas, brazos, troncos y un paquete enlazado por cabeza. Ese era el único y verdadero motivo de semejante reunión de imbéciles con sonrisitas forzadas y gorros estúpidos. Volvieron los gritos y las amenazas y mi abuelo dio un puño a la mesa y las cabezas de las gambas salieron volando por los aires.
Cuando llegó la hora de darnos los regalos yo me saqué los huevos y los puse sobre la mesa y mi primito pequeño los manoseo creyendo que eran una especie de peluche chiquitín. A su madre, que lo vio, casi le da un síncope y se cayó semi inconsciente hacia atrás golpeándose la cabeza contra la mesa. El perro comenzó a lamer la sangre y luego las casacrillas que habían quedado esparcidas por el suelo y que la gente había pisado al tratar de reanimnar a mi tía. Naturalmente la tomaron conmigo y un par de buenas hostias que me cayeron.
Que si me iban a poner la camisa de fuerza, que si me iban a echar de casa... y yo mientras tanto gritaba ¿Por qué coño no echan el especial de Raphael? ¡Quiero a Raphael! ¡Raphael ya, cojones!
Finalmente cumplieron su palabra y me echaron. Los vecinos mirando. El perro relamiéndose con el estómago lleno y mi sobrinito buscando como un poseso sus peluchitos desaparecidos. ¡No te lleves las manos a la boca, haz el favor!.
Mi madre, abanicándose con la blusa desabrochada, le repetía al aire que qué había hecho mal, por Dios santo. Mi padre apretándose las sienes con la tosta de paté de oca a medio acabar. Las velas en agónica consumición y yo, abajo, dando tumbos y patadas a cajas de juguetes vacías.
Vi luz y entré. Eh tú, hija de zorra, limpia un vaso y haz el favor de ponerme esa botella aquí. Y zasss, botellazo en la cabeza y de la banqueta al suelo y del suelo al suelo. De mi cabeza-piñata brotaron golosinas, serpentinas, espumillón y unos cien gramos de sesos. La hija de zorra a la fregona y yo a contar adoquines.
Tapé la herida con un papel de periódico para que no le entrase ningún copito de nieve. Sin dinero. Forrado de esquelas granates. HO HO HO. Nariz roja. Ojos rojos. Nuca amoratada. Allí hay un columpio. Y me columpié. Subiendo y bajando. Adelante y atrás, siempre subiendo y bajando, mecánicamente. Sistemáticamente. Tontamente. Mentemente. Subiendo y bajando. Adelante y atrás.
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1 comentario:
Cómo me he reído...
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