Esa inconsciencia tiene su parte mala y su parte buena. La mala es la propia inconsciencia. La buena es que todo te parece la hostia: desde un cerrón hasta irte a una playa a una hora de casa.
Recuerdo irme con mis amigos a Oliñas a pasar una noche y eso ya era la de Dios. Volvías al domingo con los calcetines calados y un porrón de fotos de mierda que colgabas en el corcho de la habitación todo felizón. Nada importaba. Solo cogerte unas olas y tomarte unas birras en buena compañía contando historias.
Luego pasa el tiempo y todo te va sabiendo a menos aunque te vayas cada vez más lejos. Incluso coges mejores olas pero ya eres consciente de que no eres todo lo bueno que te creías a los dos meses de coger una tabla y las fotos que te traes las cuelgas en facebook en vez de en el corcho. Si tienes suerte incluso puede que alguna se imprima en las páginas de alguna revista y, quien sabe, a alguna marca le puede molar y decide echarte una mano para que sigas yéndote por ahí para traerte más historias y más fotos. Y entonces todo cambia. Las ganas de irte perviven pero todo cambia.
Esas marcas quizás quieran que compitas para promocionar su pegatina desde el podio así que quieres ganar a toda costa para seguir luciéndolas. O puede que no.
Representar una marca conlleva una responsabilidad: se supone que has de tener imagen, currículum, ser un máquina, tener vitrina de trofeos... y si no tienes nada de ésto, ni trofeos ni ganas de ellos, puede que sea porque eres un cobarde que no compite por miedo a perder. O puede también que sea porque lo único que quieres es irte por ahí con tus amigos a coger olas y contar las mismas historias de siempre (Frutus y su gelato o Aitoradas, sobre todo) y traerte alguna foto que pinchar en un corcho ajeno al olvido y al tiempo porque, aunque no lo creas, so idiota, que hay cosas que no cambian jamás.
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1 comentario:
Tio, surfeas de cojones. Saludos desde las rías bajas.
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