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Tengo un gran poder de convicción. El otro día, sin ir más lejos, convencí a una mujer para comernos a medias el brazo derecho de su hijo.
La gente me grita ¡monstruo, monstruo! pero todos somos hijos de Dios. Todos tenemos la misma máscara con una nariz y dos ojos. Si unos tuviesen cuernos y escamas resultaría sencillo reconocer al monstruo porque Dios así lo habría dispuesto de modo que todo sería distinto pero, siendo como es éste un mundo de idénticas facciones, no me queda otro remedio que reafirmar esa voluntad divina de la equidad. Aunque a unos les guste el vivir y a otros les de poder el matar.
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