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Se me escurre de entre las manos este texto desgraciado porque creo que ya no me queda nada en qué creer.
Me limito a ver los días pasar mientras nada cobra sentido.
El sol va y viene como una pelota de goma que rebota contra una pared. No siento cariño por nadie y me dan igual los coches cuando cruzo la carretera. Pero no te sientas mal, madre. No ha sido culpa tuya. Cuántas veces te levantaste en mitad de la noche para sujetarme la frente mientras vomitaba y luego, al terminar, ahí nos quedamos tirados en el suelo los dos, igual de vacíos y con los ojos llorosos.
No encajo en ésto y me he dado cuenta que no existe lugar para mí.
Voy por ahí deambulando solo por las mismas calles de siempre y, sin embargo, me resultan desconocidas. Creo que si el cielo no fuese tan amplio ya habría echado a volar, pero me dan miedo los espacios abiertos.
No llore madre, no llore. Me voy sin ningún rencor y con la certeza de que tus besos han sido la única cosa tierna que me ha tocado.
Tengo el pecho vacío, lleno de polillas revoloteando.
El mundo está hecho para los que aman.
¿Qué será de quienes ni siquiera tenemos sombra?
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