Después de tanto rato corriendo tenía las piernas temblorosas y cansadas pero no aguantaba más así que me oculté un poco y, haciendo pulso apoyándome sobre los muslos humeantes, dejé salir el fino hilo de mierda al vapor que llevaba picando a la puerta desde hacía casi una hora.
Era homogéneo tanto en forma como en color y despedía al aire un cálido humillo que dediqué a todas las que salen de cena de despedida de soltera y en las que veo no una presa fácil y apetecible sino un grupo de cerdas que salen con los dientes sin lavar. Cagué como un pony.
Reanudé la marcha y a la noche llegué a una casita o chabola o choza donde me metí sin pensarlo para hecha una cabezada. La mañana siguiente fue como si no amaneciera por culpa de la hija puta niebla lo que hizo que durmiera más de la cuenta a pesar de no tener ni persiana ni almohada ni unospantalones secos. Ahora sí que estaba jodido. Nada podía ir peor.
Detrás de aquella roca con forma de Camilo José Cela había una coneja como amamantando a una cría. Zassss, toma pedrada en el tarro so zorra jajajaja y justo cuando había quitado la peor parte, tuve que tirar al suelo tripas y demás porque unos disparos me alertaron de que volvían a andar cerca. Vuelta a empezar. De nuevo a correr sin rumbo, pero esta vez con trozos de intestino y pelo bajo las uñas y la comida preparada para los que me querían matar. Nada podía ir peor.
La puta noche llegó con una lluvia fina y tenaz de la que uno no escapaba ni bajo los árboles. No hacía frío pero el vaho del mi aliento se esfumaba en el aire con prisa y miedo. Quien fuese vaho!, que ganas tengo de desaparecer y perderte de vista a tí, y a tí y a tí.
De repente me topé con un charco más profundo de lo normal que se tragó mi bota, por eso al salir noté cómo las simpáticas zarzas deboraban la planta de mi pié enternecido y morado y casi tan gangrenado como mi alma. Nada podía ir peor.
Y efectivamente nada podía ir peor hasta que cubierto de sangre, barro y miedo metí mi pierna en un socabón y la partí a la mitad haciendo de su rectitud divina un ángulo de 90º a la altura de la espinilla. Una curva más divina aún solo rota por las irregulares astillas de mis huesos ahora visibles con el consecuente grito delator que atrajo a mi a los perros de mis cazadores que empezaron a lamerme con su lengua de lija viscosa y a picotear entre horas tendones y músculos desgarrados.
Que Hitler se apiade de mi alma, ahora que llegaron ellos con sus botas y sus cañones, ahora ya sí, en serio, ya nada podía ir peor.
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