A QUE NO ENTIENDES NADA

Olía la calle aquella tarde a una mezcla de sobaco y judías pochas que aún hacía más pesado el caminar entre la gente.
No recuerda muy bien cómo sucedió porque siempre anda escurriéndose por ahí cabizbajo, como con un equilibrio agotadísimo pero de entre todos los bultos la distinguió a ella. Entnces algo comensó a sonar en su pecho, porqe guardaba el móvil bajo la solapa de su chaqueta, pero da igual, el caso es que algo se activó en él.
Fue hacia ella con intención de hablarle pero se dio cuenta de que le asomaban espaguetis por las orejas y tenía trozos de espárrago entre llos dientes así que... chup cup booo booo inchhhh. Dale ahí. Metío las mano en los bolsos hasta que casi llegó a los hombros.

Una hora más tarde vió a una pareja apurando los últimos besos del día en un coche mal aparcado y con los cuatro intermitentes puestos. Arrancó un árbol al que le habían amputado las ramas días antes para seguridad del transeúnte y con él empaló la luna del Peugeot aplastando y reduciendo a una ambas cabezas amantes.
No había acabado de frotarse toda la tierra y resina de las manos cuando comenzó a decapitar con su chicle de acero a todo el que pasaba cerca: chicos, chicas, gordos, gordas, flacos, flacas. Gente que tarareaba canciones, niños que jugaban a no pisar adoquines contiguos, madres que sorbían helado semiderretido frente a escaparates con culos de goma y abuelas que bostezaban. Todos muertos, todos sin cabeza, es decir, como antes pero ahora tambien físicamente.

Y por un día se alegró al hacer del mundo un lugar mejor. Luego se durmió con el sonido de la lluvia.