En el fondo ninguno de nosotros nos creíamos sus historias pero le seguíamos pagando cervezas los días sin olas para que nos entretuviera la tarde.
Un día nos contó que se puso a caminar y perdió la noción del tiempo de tal manera, que acabó dando la vuelta al mundo. Cuando llegó al mismo sitio del que había partido simplemente dijo "esto no lleva a ningún sitio".
Recuerdo otra que solía contar cuando ya llevaba un par de birras encima y tenía ganas de provocar alguna discusión absurda con cualquiera ajeno al grupo que se le hubiese quedado escuchando. Decía que una vez había tanto gilipollas en el agua que la mejor ola de la serie, de repente, se dió la vuelta cambiando de rumbo y comenzó a romper dirección mar adentro.
Era la hostia, con él era imposible aburrirse pero tanta mentira cansaba y yo creo que por eso no tenía amigos de verdad, salvo nosotros claro, que en el fondo no éramos más que cuatro tíos aburridos sin saber que hacer cuando el mar se quedaba plato, en fin, que de amigos poco.
Nunca hablaba de su familia y tampoco llegué a conocerle ninguna novia. Siempre aparecía caminando a eso de la hora de comer y allí se quedaba clavado hasta el anochecer, sin hacer nada, presa de una mecánica rutina por la que se había dejado atrapar hacía ya casi tres años, lo mismos que no podía entrar al agua.
Otro día nos dijo que en uno de sus múltiples viajes entabló amistad con un local de una isla perdida, el cual le invitó a su casa durante 6 años. En ese tiempo ambos trabajaron con pico y pala un reef perfecto y gracias a eso se había hecho los mejores tubos de su vida, calculaba así por encima, de unos 6 ó 7 minutos sin exagerar. Naturalmente no hay fotos ni vídeos que lo corrobore ya que aquella isla perdida permanecía aún virgen a las maravillas de la era moderna.
En fin, mentiras, a sabéis, supongo que habéis llegado a esa conclusión sin que yo os lo diga.
Lo jarto ocurrió dos días atrás cuando después de su segunda birra en vez de empezar otra de sus historias dijo sin más: "no voy a volver a esta playa, me he cansado de ella". Como comprenderéis todos nos intercambiamos unas miradas cómplices con un gesto de "venga ya tío".
A la mañana siguiente, la misma en la que él apareció colgado en su jardín con el traje de neopreno puesto, tenía un papelito sobre mi parabrisas donde con letra perfectamente legible me pedía ir a su casa y coger la caja número 5. Mi herencia. A cada uno nos había asignado una cajita con un número.
La mía contenía un trozo de coral extraordinariamente verde, un bote con escarcha dentro y una etiqueta donde se leía "Nepal", unos guijarros que formaban un collar tallado con la palabra "chicama" y una máscara africana marcada con unas runas que jamás logré entender.
Nunca le pregunté al resto lo que contenían sus cajas, al fin y al cabo, por mucho que las cosas concuerden, jamás nos llegaremos a creer semejantes mentiras.
3 comentarios:
Yo conozco a un tipo parecido en la playa
Oxxxtia k buen post man!! Tim Burton (o Daniel Wallace para los mas quisquillosos) estaria orgulloso.
En un par de semanas ya puedo surfear, a ver si nos vemos ;)
plas plas...te aplaudo bro
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