EL MOCO

Aprovechó los últimos minutos para matizar aún más la rectitud de sus patillas que algún pelillo cabrón empobrecía casi inapreciablemente. Luego, con un suavísimo esmero, extendió la loción de afeitar por toda su cara de forma pausada impregnándose de un aroma limpio, inmaculado. Mientras sus mejillas la absorvían, dió los últimos retoques echando un poco más de gomina en esa zona estratégica donde sabía tener algún remolino rebelde, luego, contrajo el labio superior ensanchando sus orificios nasales e introdujo en el izquiero la uña amarillenta, escachada y juguetona del más que amaestrado meñique.
Urgó con paciencia y maestría hasta arrancar con esmero esa corteza del fondo que se resistía a salir. Era un diálogo de tú a tu entre la sucia uña y la vicosa impureza donde él, como árbitro, sabía que ésta última no tenía nada que hacer.
Una vez asegurada la estranguló y la extrajo lentamente como poniendo en aviso al resto de sus congéneres: "ninguno se me resiste, porquería", para, una vez fuera, comenzar la hipnótica danza, el orgásmico masaje meñique/pulgar, que hacían de aquella amorfa forma una bolita perfecta tan divina como lo esférico, como las cúpulas de las iglesias romanas. Ya estaba la mayor parte del trabajo hecha, ya pensaba en ir a por la siguiente cuando // cariño, ya están aquí // el puto mensaje que no quería oír y que interrumpía lo mejor en el mejor momento. Se vió obligado a abortar misión y pegar su inacabada creación en el pantalón de tergal recién estrenado del mismo color // hombre así que tu eres el famoso Luís, nuestra hija no para de hablarnos de tí, ¿y a que te dedicabas Luis? // pues ya estoy en cuarto año de derecho, señor.




MORALEJA: no quiero que mi hijo sea ni soldado ni abogado.

MORA-MORALEJA: eso sí, me da igual que se saque mocos.